Por: Lina Scarpati
El primer cuestionamiento que surge del caso Trespalacios proviene de la relación que sostenía con su presunto asesino. Todo apunta hacia la nacionalidad del implicado y el vínculo en el que supuestamente primaba el intercambio de tipo económico.
No obstante, la respuesta más concreta que suele elaborarse en caso de feminicidio se condensa en tres palabras, abuso de poder, y este se perpetra también desde la esfera económica. Es decir, podría plantearse la hipótesis según la cual John Poulos pudo haber escogido su víctima bajo premisas específicas, en un territorio por fuera de su país de origen donde su capacidad adquisitiva implicase tener acceso a lugares y personas jamás imaginadas en su tierra natal.
Para cualquier psicólogo que estudie casos de incompatibilidad en parejas mixtas (uno de los dos miembros no es originario del país de residencia del otro) este aspecto no pasaría por desapercibido.
Y no es un secreto que un porcentaje de los hombres de países industrializados que inicialmente establecen relaciones a través de aplicaciones con mujeres de países fuera de los Estados Unidos y la Unión Europea lo hacen por la incapacidad de poder establecerlas con mujeres de su propria sociedad o por fracasos precedentes en sus lugares de origen.
Solo que, en este caso, la barrera de la incompatibilidad entre Poulos y Trespalacios habría ya sido superada para dar paso a un engranaje donde la víctima fue probablemente encastrada en una dinámica de control y violencia psicológica.
Las escenas de celos son manifestaciones de disturbio y consecuente violencia que, como podrían demostrar las investigaciones, fueron la antesala del encajonamiento de su cuerpo dentro de una maleta azul. Literal, así como el agresor hubiese querido tenerla: ¡encerrada!
El mecanismo hay que establecerlo, porque en un país como Colombia queda clara la incapacidad de nuestra sociedad para distinguir la línea fronteriza entre victimario y víctima. El agresor en casos de violencia de género y feminicidio parte de un principio de insuficiencia propia como individuo.
Debe corresponder o equilibrar esta insuficiencia relacionándose con una mujer que pueda controlar, someter y condicionar. Ejecuta todo desde la óptica de sus ventajas (económicas, de trabajo, de posición social, de nacionalidad o de estatus migratorio de la víctima, etc.) con respecto a su pareja.
Poulos habría encontrado el perfil equivocado con la apariencia perfecta: una mujer joven con deseos de emerger en una carrera hasta hace poco reservada exclusivamente a los hombres, con proyección internacional y ya acreditada por Billboard y otras publicaciones de la industria.
Y John Poulos encajaría en todo: un hombre fracasado, perpetuador de violencia doméstica con su exesposa y, como si fuese poco, con una especie de complejo de “gringo suelta dinero” que, según su imaginario, habría bastado para que Valentina le jurase amor incondicional y eterno.
Más allá de la esfera privada de la dj ha prevalecido la revictimización. El prejuicio y escrutinio de un cierto sector de la sociedad lo dicen todo, sin contar la lamentable exposición mediática sensacionalista que le han conferido el estatus de “explotadora”, “niña de baja moral” y, lo que aún es peor, de merecida culpabilidad de su propio asesinato, anteponiendo su “comportamiento” a la tragedia.
La clásica sentencia “la mataron, pero ella se lo buscó” ha navegado en las redes tanto de forma explícita como implícita.
Esto demuestra que aún se culpabiliza a la víctima, quien teóricamente no tendría por qué acceder a un determinado límite de espacio, en este caso una relación comprometedora. Pero el problema es que, cuestionando a la víctima, sistemáticamente se valida la responsabilidad de quien sufre la violencia de género, coronándola como responsable y deslegitimizando cualquier tipo de daño, asesinato y agresor.
Luego están algunos medios de comunicación que, bajo un ambiguo periodismo de investigación, han colocado a Trespalacios en la picota pública, construyendo una faceta focalizada en el sobrellevar dos relaciones y rebelando detalles profundos sobre un triángulo amoroso a través del testigo o amiga confidente.
Estos son tintes sensacionalistas y amarillistas que poco tienen que ver con el verdadero oficio. Tal ha sido la voracidad de algunos medios colombianos para quienes lucrarse a través de los feminicidios y obtener “clickbaits” de tragedias, que aún no todos reconocen como tales, se volvió un imperativo.
A finales de noviembre del 2019, el colectivo Lastesis de Valparaiso (Chile) publicaba un video que se volvió viral. La reproducción de tantos otros grupos y mujeres de la sociedad civil en diferentes países de América Latina y Europa fue inmediata.
El himno feminista se llama “La culpa no era mía” y es una reivindicación de la voz femenina ante situaciones de violencia de género. Se acusaba al Estado, al sistema judicial, al patriarcado, a los medios y, por supuesto, a la sociedad de culpar a la mujer… Colombia de este último mal no está exenta.
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